Nunca
pensé que las lágrimas pudieran saber así. Saben a salado, como el
agua del mar. Me gusta. Me acordaré del abuelo cada vez que saboree
una nueva gota de tristeza a lo largo de mi vida, por que no tengo
ninguna duda de que hoy es el día más triste que recuerdo hasta la
fecha, hoy no solo me despido de mi abuelo, me despido de mi mejor
amigo… lo siento tanto abuelo… Míralo, no parece él, parece un
muñeco, una burda imitación de lo que fue, de lo que significó
para mi, un recipiente vacío expuesto tras ese cristal como una
atracción de feria. Y mira a mamá, no ha dejado escapar ni una sola
lagrimilla en toda la tarde, es una mujer muy fuerte, ahora, solo la
tengo a ella. Si descubriese lo que he hecho... No te marches de mi
lado nunca, no quiero que me dejes solo, no ahora, la culpa pesa
demasiado y no puedo llevarla solo. Perdonadme, los dos, por favor.
6
de Noviembre. 19:04. Tanatorio local.
Anochecía
rápido en aquella época del año, las calles, cubiertas de hojas
muertas, dejaban al descubierto, el lastre soltado por unos
silenciosos aunque agonizantes árboles, ciegos, pero testigos de
excepción de las miserias que envuelven a aquellos que caminan entre
ellos sin prestarles la más mínima atención. Aquella era una tarde
fría, oscura y triste, muy triste. La desgracia parecía instalada
en el seno de la familia. Hace apenas dos años, que una larga
enfermedad se llevó al papá de Carlos, bueno, padrastro, en
realidad, a su padre biológico jamás llegó a conocerlo, se marchó
antes de que el naciera. David, así se llamaba su padrastro, nunca
pareció sentir mucho afecto por él, que no fuera suya la semilla
que le había dado la vida, parece ser que fue una losa demasiado
pesada para poder quererlo como se quiere, o debe quererse a un
hijo. Es curioso. Fue en cambio su padre, Juan, quien siempre
demostró devoción por la criatura, nunca escondió la gran pasión
que sentía por su nieto, sentimiento sin duda, correspondido por
este. Juan, el abuelo, se instaló con Carlos y Emma, su madre,
después de fallecer su hijo, pues la mujer quedó muy afectada y él,
pese a su edad de 71 años, seguía siendo un hombre fuerte, fruto de
una vida difícil que lo había curtido con el paso de los años.
Emma,
una mujer muy trabajadora, no tenía mucho tiempo para dedicarle a su
hijo, quien acababa de cumplir por aquellos días, los once años.
Así que la presencia del abuelo en casa, fue como una bendición
para la familia. Este le hizo de padre, de madre y de amigo, por no
mencionar la siempre bienvenida pensión con la cual ayudaba a
sufragar alguno de los muchos gastos que se generan en una casa con
un niño de estas edades.
Allí
estaban Emma y el pequeño Carlos, en aquel viejo y ya decrépito
tanatorio de las afueras de la ciudad. Solos ante la imagen podrida
de aquel buen hombre que tanto les había ayudado y que ahora se
marchaba así, de forma repentina y en tan extrañas circunstancias,
que triste final. Según la policía, las posibilidades de encontrar
al supuesto agresor eran escasas, pues había muy pocos datos que
pudieran dar algo de luz a lo sucedido. Poco más se sabía hasta la
fecha, de lo acontecido hace un par de noches. Una ventana rota, un
hombre violentamente acuchillado en el pecho y el estómago y el
dolor de una familia que no entendía quien podría ser capaz de
hacer una cosa tan terrible a una persona tan buena.
Carlos
se acercó al cristal que separa la vida de la muerte y puso sus
húmedas manos sobre él, intentando reconocer algo de su abuelo en
aquella caricatura de mal gusto que para lo único que servía era
para marchitar su recuerdo. Emma se acercó por detrás y rodeo a su
hijo con el brazo, apretándoselo contra su pecho, antes de dejar
escapar un suspiro.
-He
avisado a un taxi, estará aquí pronto. Despídete del abuelo,
cielo. – le dijo la mujer con el rostro sereno y una calida voz. El
niño la miró a los ojos con los suyos llorosos, enrojecidos,
hinchados y con voz temblorosa le dijo: - ha sido culpa mía mamá,
el abuelo ha muerto por mi culpa.
-
Carlos, cariño, no digas eso, ¿cómo vas a tener tú culpa de algo
así? Lo que le ha pasado al abuelo no es culpa de nadie, y menos
tuya, ¿sabes lo que le dolería al abuelo saber que piensas así? No
hay culpables, ahora solo hay dolor, y es ese dolor que sientes
dentro de ti el que te hace pensar eso. Carlos, hijo, el abuelo ha
muerto porque era su momento de irse, no quiero que pienses nada más,
ahora nosotros tenemos que descansar- le dijo Emma a su hijo,
poniéndole la mano en la carita mientras en su interior le afligía
la idea de que su pequeño pudiera pensar algo tan retorcido, "si
solo tiene once años, por dios, ¿cómo puede sentir él la culpa? "
pensaba con la rapidez de alguien que aún no puede asimilar lo que
acaba de oír.
Los
dos entraron en el taxi, Carlos pegado a la ventilla dejaba que sus
ojos grabaran el último recuerdo de aquel día en el que su infancia
murió con su abuelo. Emma solo quería que aquel coche arrancara y
dejar que la vida comenzara de nuevo. No podía llorar, no sabía
llorar por un destino que la liberaba de unas cadenas que habían
lacerado su alma y su cordura de una manera salvaje.
El
coche arrancó, el sonido del motor sonaba al son del duelo de los
ocupantes. "Adiós abuelito, ¿podrás perdonarme algún día?
¿aunque los días ya no cuenten para ti? ", pensaba Carlos . "
Todo estará bien, todo estará bien " pensaba Emma.
Llegaron
a casa, y al encender la luz, la realidad se les tragó enteros. El
silencio era abrumador, casi tanto como el entusiasmo que siempre
mostraba el abuelo Juan cuando llegaba el pequeño Carlos del
colegio, o cuando ayudaba a su joven nuera a meter la compra de la
semana en la despensa, entre otra muchas cosas.
La
casa parecía mas pequeña, mas oscura, Emma incluso percibió un
olor a rancio que nunca antes había olido, aquel olor a ausencia era
tan nauseabundo que madre e hijo prefirieron disimular a reconocer
que aquel día los dos habían perdido una parte muy importante de
ellos mismos, una parte sin la que les sería muy difícil vivir como
lo habían hecho hasta entonces.
-Venga
hijo, ponte el pijama, voy a prepara algo de cenar.
-Mami,
¿tú crees que el abuelo podrá vernos desde donde está ahora?-
preguntó Carlos quitándose el abrigo azul que su madre solo le
ponía cuando iban a visitar a la tías Soledad y Julia.
-Carlos,
sólo has de recordar todo el amor que tu abuelo recibió de ti, y
todo lo que te quería. Esté donde esté, estoy segura de que no
dejará que nada malo te ocurra. Ahora te cuidará de otra manera,
pero te seguirá cuidando igualmente- Emma sentía un nudo en el
estómago que apretaba cada vez más. Si algo odiaba en el mundo, era
mentir a su hijo.
-
Y mami, ¿verdad que el abuelo te quería a mucho a ti también?-
dijo Carlos caminando de espaldas por el pasillo en dirección a su
habitación.
Aquella
pregunta, tan cargada de inocencia, desgarró las entrañas de Emma y
abrió de nuevo la gran herida de la realidad, dolía tanto...la
cicatriz sangraba con furia.
-Sí
hijo, el abuelo me quería mucho- respondió rotundamente Emma.
Nunca
pensé que el silencio pudiera saber amargo, nunca pensé que el
silencio pudiera tener sabor, pero lo tiene, y lo recordaré cada vez
que cierre los ojos y la calma me abrace. Solo quiero que el día de
hoy termine, quiero que vuelva a amanecer y que Carlos me de el beso
que me da todas las mañanas y que seamos capaces de volver a sentir,
de volver a sonreír, que no nos culpemos por querer tener una nueva
oportunidad. Ahora solo tengo a mi niño, ahora solo tengo a Carlos,
mi vida es suya. Sólo quiero protegerlo de la realidad, del llanto,
de todo este dolor que me impide caminar recta. No se pude renacer
sin morir antes y la muerte es la esperanza. ¿Habrá perdón?
El
silencio devolvía la vida a la casa, y Emma y Carlos luchaban a
muerte por dormir en sus respectivas camas.
4
de Noviembre 22:47. Hogar de Emma y Carlos
-
Haz caso a tu abuelo Carlos, las pesadillas tan solo son eso,
pesadillas. Tu ya no eres un niño pequeño, te estás haciendo
mayor, te estás haciendo todo un hombrecillo. Y los hombrecillos, no
creen en fantasmas ni en monstruos.- Reconfortaba Juan al pequeño
mientras lo arropaba en la cama.
-
Pero abuelo… tienes que creerme, ese hombre volverá esta noche, me
dijo que lo haría, que él siempre cumplía lo que prometía-
replicó la criatura mientras el abuelo le correspondía con una
sonrisa de complicidad, una mirada cariñosa y una caricia en la
mejilla con su arrugada pero suave mano.
-
venga va, Carlos, duérmete que mañana tienes clase y no podrás
levantarte, que como escuche tu madre que aún estás despierto se va
a enfadar contigo primero, y conmigo después por consentirte, ¿no
querrás que mamá se enfade? Piensa que lleva todo el día
trabajando y está muy cansada. Como te digo, ya eres mayor y por lo
tanto, tienes que entender estas cosas y preocuparte en ayudar a tu
madre en todo lo que puedas.- le tranquilizó el anciano mientras de
fondo, se escuchaba el sonido del agua de la ducha, donde Emma se
daba un merecido baño después de una larga jornada laboral.
-Está
bien abuelo, ya me duermo, que mamá tiene mucho genio por las
noches, es mejor que no la hagamos enfadar. ¿te vas ya a dormir tu
también?
-Fregaré
los cuatro cacharros de la cena y me iré a dormir también, si, que
mañana no eres el único granujilla que madruga. El abuelo tiene que
ir al cementerio a llevarle flores a la abuela, mañana es su
aniversario, ¿recuerdas?- tras estas palabras, el hombre se levantó
de la cama, apagó la luz de la habitación y cerró la puerta.
Dicen
que cuando se cierra una puerta, siempre se abre otra.
Carlos
hacía días que sufría unas horribles pesadillas, un sueño
recurrente donde una siniestra figura emergía del armario de
enfrente de la cama. Grotesco personaje que se le aparecía en sueños
para atormentarle cuando todos dormían en la casa y la oscuridad y
el silencio recogían el testigo. El hombre, quien nunca quiso
atribuirse un nombre, pues decía que se le conocía por muchos, le
había prometido a Carlos que aquella noche, regresaría por última
vez a visitarle, porque aquella noche, se llevaría su alma. Ni que
decir tiene que las siempre sabias palabras del abuelo Juan, no
habían conseguido esta vez, paliar el miedo del niño a volver a ser
presa de sus demonios nocturnos. Por mucho que intentase pensar en
otras cosas, en lo que le esperaba mañana en el colegio, en Eva, la
compañera de clase que le tenía robado el corazón, en el próximo
fin de semana, donde mamá y el abuelo le habían prometido llevarlo
al parque de atracciones… dulces pensamientos que se volvían
amargos a cada arañazo de las agujas del reloj, a cada cual, un
poquito más cerca de la medianoche, momento en el que el extraño,
solía hacer acto de presencia. “Solo son pesadillas” intentaba
autoconvencerse el niño, mientras apretaba los párpados fuerte e
intentaba dormirse lo antes posible para que aquella noche terminase
lo antes posible.
Las
cosas buenas son efímeras. El miedo y el dolor, son para siempre.
El
silencio no es siempre sobrecogedor. A las doce en punto, se
detuvieron las agujas del reloj que había sobre la mesita de noche.
Fue ese silencio el que despertó al niño. Sudoroso, se destapó la
cabeza y miro el reloj para comprobar la hora. Todos sus miedos
tomaron forma y le recorrieron la espalda en forma de gélido
escalofrío cuando vio detenidas las dos agujas en las doce. Su acto
reflejo siguiente, fue girarse hacia el armario mientras volvía a
meter la cabeza en el agujero tal y como hacen los avestruces cuando
detectan peligro. Dejando, eso si, el huequecito justo entre las
sábanas, para poder tener controlado el armario.
Cuando
eres pequeño, crees que si miras fijamente en un punto, en esa
sombra amenazadora en la oscuridad, esta no puede hacerte daño. Que
esa figura siniestra que se esconde más allá del abismo de lo
desconocido, no podrá acercarse a ti si no le quitas el ojo de
encima. Es mentira. Carlos lo descubrió esa noche.
El
armario comenzó a temblar, no de forma desproporcionada, no, tan
solo un ligero tambaleo, como cuando uno ve temblar el contenido de
una taza de café, presagio de que algo muy grande se acerca, en este
caso, algo muy malo. Lo suficiente, pero, para que se despegase el
póster de Al Pacino que decoraba una de las puertas, Carlitos
adoraba a Pacino, sin duda, herencia directa del abuelo Juan. Tras el
movimiento, llegó el humo. Si, Carlos ya conocía el humo, ya lo
había visto antes. De entre las puertas del armario, comenzó a
brotar un espeso humo blanquecino, niebla quizás. Lentamente, muy
lentamente. El niño, por supuesto, con los ojos clavados como
estacas en el viejo mueble, posesión, precisamente, de la difunta
esposa del abuelo, traído a la casa por este, cuando se mudo a vivir
con ellos. El niño sabía perfectamente cual era el siguiente número
de la función y como otras tantas noches antes, el guión fue el
mismo. Las puertas comenzaron a abrirse, de forma tímida pero
inexorable, no lo hacían en silencio, sino al son del chirrido de la
vieja madera, de las oxidadas bisagras y en macabra sincronización
con los latidos del corazón de la criatura, a la cual se le aceleró
el pulso y le comenzó a hervir la sangre, fuerte contraste con la
extrema palidez de su rostro, en aquel instante, majestuoso monumento
viviente al miedo en su estado más puro. Cuando las puertas
estuvieron abiertas de par en par, la niebla se hizo más espesa, más
profunda y el olor, válgame dios el olor, aquello era insoportable,
nauseabundo, solo los que hayan olido como huele la muerte, podrán
saber de lo que hablo. Al niño le acompañaría aquel hedor hasta el
último segundo de su vida.
Carlos
no podía moverse, estaba totalmente paralizado por el terror,
encadenado a la cama mientras a sus pies, veía agonizar a su
inocencia, quien se arrastraba como una serpiente hacia debajo de la
cama. Jamás volverían a reunirse. Tenía un nudo en la garganta y
no podría haber gritado ni con mil bocas. La piel erizada, como la
tierra que se agrieta, árida cuando la lluvia se hace esquiva. “Por
favor mamá, por favor abuelo, tengo mucho miedo, ayudadme”
suplicaba el niño en su cabeza mientras las lágrimas eran
arrancadas de sus ojos por la oscuridad que se acercaba,
recorriéndole las mejillas al tiempo que le quemaban la piel. Pero
nadie podía oírle. Tanto lo deseó, tanto lo grabó a fuego en su
interior, que al fin, consiguió sacarlo fuera, liberar toda su
angustia en un único y demoledor grito de auxilio que decía:
“!Mamá, ayúdame. Mamaaaaaaaá te lo suplico!”, mientras se
incorporaba en la cama y pegaba su espalda contra la cabecera. A esta
agonizante suplica, le siguieron otras tan o más desesperadas que la
primera. Pero Emma no aparecía… de repente, una voz en la lejanía,
la de su madre.
-
¿Qué te pasa cariño? Duérmete por favor… es muy tarde.- sonaba
esta de forma quebradiza, como si las palabras le estuviesen siendo
robadas, arrancadas de sus entrañas.
-
¡Mamá por favor, ven!- replicó este a gritos, tan presa del miedo
que apenas podía articular un músculo de su cuerpo que no fuese la
propia lengua. Tuvieron que pasar unos eternos minutos para que se
abriese la puerta de la habitación y apareciese la figura materna
desde acompañada de la tenue luz que venía del pasillo. Emma entró
en la habitación sobre piernas temblorosas, pisó sin darse cuenta
el rostro de Pacino con su pie descalzo y se sentó sobre la cama. La
mujer estaba visiblemente cansada, tan solo llevaba puesta encima una
vieja camiseta corta que apenas llegaba a taparle el ombligo, dejando
al descubierto su sexo y esta, estaba impregnada de sudor, el mismo
sudor que recorría todo su cuerpo. El rostro triste, los ojos
llorosos. –Ya ha pasado todo cielo, solo ha sido una pesadilla.
Mamá está aquí. Ahora duérmete Carlos, por favor, es muy tarde y
mamá está muy cansada.- le dijo Emma casi sin voz.
El
niño, tan asustado, que apenas recaló en la evidente desnudez de su
madre, se giró hacia el armario y lo señaló con el dedo,
tembloroso también. Este, el armario, estaba muerto. Ni rastro del
movimiento, de la niebla, del horror… Emma lo miró, luego miró a
su hijo y apenas dio importancia a ninguno de los dos, pues la mirada
estaba vacía. Al levantarse de la cama, sus nalgas desnudas dejaron
una enorme mancha de humedad sobre la sabana, pero nadie atendió a
eso. Volvió a arropar a su hijo y tras besarle la frente le suplicó
que se durmiese. Luego, se marchó, cerrando nuevamente la puerta. Su
olor se había quedado en la habitación, su alma nunca entró en
ella. Y, no lo dudéis, las puertas del armario se abrieron de par en
par en el mismo instante en el que se cerró la puerta, ahora si, con
violencia. Del interior y de entre la niebla, surgió una figura.
Siniestra sería decir poco. En ningún momento anduvo sobre el
suelo, pues este mundo no era digno de tal cosa, se limitó a levitar
entre la niebla. Sí habló, con voz de ultratumba y sin apenas
articular se inmensa, grotesca, diabólica y repulsiva dentadura, la
cual le ocupaba prácticamente todo el rostro: “Es un placer volver
a verte Carlitos”, dijo, al tiempo que le señalaba con un
larguísimo dedo blanco como la tiza que terminaba en una larguísima
uña amarillenta, afilada como una espada.
El
personaje vestía una larga túnica negra que tan solo dejaba al
descubierto su rostro y sus grandes manos. Dientes afilados supurando
una viscosa sustancia transparente que llovía sobre la moqueta y dos
minúsculos ojos inyectados en sangre, que no dejaban de desnudar el
alma del niño con inusitada perversión. El ser, se dirigió al
aterrado infante:
-
Buenas noches Carlitos, tal y como prometí, vengo a visitarte, en
esta…- el personaje hizo una pequeña pausa, esnifó profundamente
el aire de la estancia con el pequeño orificio que tenía sobre la
boca y suspiró, luego, prosiguió- …como iba diciendo, en esta
deliciosa noche de perversión, para que me entregues lo que tu ya
sabes, angelito mío…
-
¡Déjame en paz! No eres real, todo esto tan solo es una pesadilla,
cuando despierte, desaparecerás, siempre lo haces…
-No
esta vez, pequeño infeliz, esta vez desapareceremos juntos. Por que
tú, vendrás conmigo, para siempre. ¿Sabes? Tu abuelita, dios la
tenga en su gloria, y yo, un servidor, teníamos, ¿Cómo decirlo?
Una especie de… trato, estuvimos juntos muchos años y nos
entendimos de maravilla. Ella me daba lo que yo quería y a cambio
yo, bueno…, yo le dejaba que se quedase con su podrida alma y con
su podrida vida, que ya tenía suficiente la pobrecita con ese marido
suyo… vaya, me acuerdo de los viejos tiempos y me pongo nostálgico,
divago, perdóname criaturilla. Lo que quería decir, es que igual,
tú y yo también podríamos llegar a algún tipo de acuerdo.
Podríamos canjear tu alma, por alguna otra… ¿la de tu mamá
quizás? Si… me gustaría mucho la de tu mamá, huele tan bien…
-aquí cambió el tono de su voz, ahora grave y profunda y la
semblante de su cara, ahora amenazadora y desafiante-
¡Niiiiiiñooooooo! ¡Entrégame el alma de tu madre o te prometo que
me llevaré la tuya en este mismo instante!- tras estas palabras, el
ser abrió la boca de par en par como quien separa dos mitades de un
huevo y de su interior regurgitó una cabeza, un rostro, el de David,
su padrastro muerto. Con la cara desfigurada por el dolor de mil y
una torturas, efectuadas allá desde donde quisiera que viniese y
desde el mismo día de su muerte, la atormentada alma de David,
recién salida de las entrañas de la criatura y ayudada por un
interminable apéndice en forma de cordón umbilical, se acercó
hasta su hijastro, lamiéndole la frente con su asquerosa lengua
putrefacta e invitándole a acompañarle al otro lado del armario:
“ven con nosotros Carlos, estaremos juntos para siempre, sufriremos
juntos para siempre, haremos todo aquello que no hicimos en vida, lo
haremos todo juntos…” le repetía una y otra vez mientras la
niebla se apoderaba cada vez más de la habitación y la voz de
aquella atroz visión se entremezclaba con otras tantas que surgían
del armario mientras la siniestra figura parecía orquestarlo todo al
son de su dedos: “se te acaba el tiempo niño, elige”, le gritaba
este desde el interior de la misma boca pero con distintas voces…
Carlitos no lo soportó más, no podía soportar ni un segundo más
aquel diabólico espectáculo y ni mucho menos, la idea de acompañar
a aquellos personajes a su mundo de pesadilla. Así que hizo aquello
que mejor sabe hacer el ser humano, ceder a sus miedos. Doblegarse y
retorcerse como un gusano, arrodillarse ante el dolor y ante la
sospecha de su aroma. - ¡Llévate la de mi abuelo!- gritó
desesperado- ¡Llévate la de mi abuelo…! Pues puestos a elegir
entre su alma, la de su madre y la de su abuelo, prefirió sacrificar
la de este último, pese a todo el amor que por él sentía.
Tras
pronunciar estas palabras, la cabeza de su padrastro regresó al
interior de su dueño y el azote del más allá se acercó levitando
hasta la cama de Carlitos, tan cerca, que este pudo olerle,
comprobando que el diablo, no huele a nada.
-Me
satisface tu propuesta, niño. De buen grado la acepto, ya hablaremos
de tu madre en otra ocasión. Y no sufras por tu abuelo, conmigo va a
estar entretenido por el resto de los tiempos, de eso, no albergues
duda alguna.- fueron terminar estas palabras y un estruendo se
escuchó más allá de la puerta de la habitación, sin duda,
cristales rotos. El diablo, se giró y miró hacia ella. –Mucho me
temo mi querido niñito, que me toca ya reclamar lo que es mío.-
Tras lo cual, se separó de Carlos y manteniendo la postura, voló de
nuevo hacia el armario, el cual se lo tragó como si no hubiera
comido nunca.
Carlos
despertó de la pesadilla y saltó de la cama. Se acercó al armario
y comprobó que allí no había nada extraño. Abrió sus puertas,
ropa suya y un ligero olor a naftalina, nada más. Luego, corrió
hacia la puerta y al abrirla, se encontró con Emma, desnuda y
cubierta de sangre. La mujer, al verlo, se cubrió con sus manos las
vergüenzas como pudo y le gritó a su hijo:
-No
mires Carlos, mamá no está vestida.- Con lo que el niño, apartó
la mirada. Pasados unos instantes, se acercó hasta la habitación de
su madre y asomó su tierna inocencia. Vio dos cosas, una ventana
rota, cristales desparramados y el cuerpo ensangrentado de su abuelo,
tirado sobre la moqueta.
Las
promesas están para cumplirlas.
4
de Noviembre 22:47. Hogar de Emma y Carlos
Silencio,
el silencio es terrible, el silencio es muerte, el silencio duele, el
silencio me hace pensar y me desquicia, el silencio me hace volver a
sentir, silencio, el silencio es lo único que me recuerda que estoy
viva, y toda la muerte que llevo dentro araña mi garganta para que
no pueda gritar. A mi muerte le gusta el silencio, porque yo estoy
muerta, muerta, muerta, muerta, muerta, muerta , muerta, muerta,
muerta. Mi vida es muerte y muchas veces soy inmortal, cada noche soy
inmortal, cada maldita noche...Estoy llena de miedo, de vergüenza,
de asco, de dolor, de tragedia, y estoy tan llena de toda esta vida
que vivo, que estoy completamente vacía.
Ni
siquiera soy consciente de ser una mujer, y mi alma...mi alma se
partió en mil pedazos, cada uno de ellos para ti, mi niño. La
decepción y la rendición golpea con un martillo este alma cada vez
que la oscuridad se hace enemiga y la revienta, la revienta, la
revienta.... Nadie se preocupa por una mujer con el alma defectuosa,
solo el silencio... El silencio dentro de mi cabeza, dios, es
insoportable.... Y esta imposibilidad de merecer piedad...
Todo
lo que hago es por ti Carlos, todo por ti mi vida, mi vida por la
tuya, mi cuerpo por el tuyo. Cada vez que me mata, tú, Carlos, vives
con mas fuerza, es como si volviera a sentirte dentro de mi,
alimentándote de lo que yo me alimento, es como si cada noche te
volviera a parir, porque cada vez que muero en la noche, tú te haces
mas presente y solo sé que él te cuida tanto, te quiere tanto...mi
pequeño, él guía tus pasos, y a mi me obliga a andar a su ritmo,
es como si yo ya no pudiese caminar sola, y siento esta tristeza,
tristeza, tristeza, tristeza, tristeza, tristeza, tristeza, tristeza,
tristeza, tristeza y me pregunto ¿Por qué yo? ¿Por qué yo? ¿Por
qué he ido perdiendo a todos los hombres a los que he amado hasta la
locura?. Primero, la vida me apuñaló mientras estaba embarazada de
ti, Carlitos, cuando Gabriel me abandonó casi sin molestarse en
mirarme a la cara y decirme que nunca fui especial, que yo no le
pertenecía porque nunca le importé, y que, por descontado, no tenía
ninguna intención de conocer a un niño que nunca podría llamarle
papá y mucho menos de mantenerle. Luego David, mi amor, mi vida
entera, se fue entre mis brazos, él sí se fue mirándome a los
ojos, clavando sus pupilas en las mías y de paso arrancándome de
cuajo la última esperanza de ser feliz, y esa puta mirada no me la
quito de encima nunca... Esa mirada fue feroz, él me decía que el
mal se le estaba comiendo vivo, cuando yo sabía perfectamente que no
era el mal, sino el cáncer, y yo le abrazaba tan fuerte como podía,
quería retenerlo conmigo, porque le necesitaba, porque le sigo
necesitando, porque me daba igual que no fuera un padre perfecto para
ti, porque era el hombre perfecto para mí y eso me bastaba. Pero
David también se fue, también me dejó sola y la soledad es una
mordaza que engaña, crees que serás capaz de volver a hablar si te
la quitas, pero nunca vuelves a decir nada. Mi niño, la vida no mas
que una canción que solo saben cantar algunos, pero sabrás entonar,
no te preocupes, llegarás a la nota mas alta.
Estoy
rota, inundada, despedazada, solo siento asco, asco, asco, asco,
asco, asco, asco, asco, asco.
Emma,
sentada en su cama, miraba la foto de su hijo Carlos en el marco
negro que tenía en la mesita, lo tocaba con delicadeza y los
pensamientos pasaban por su cabeza como balas que no dejan
casquillos.
Emma
se disponía a ducharse, se obsesionaba por ducharse, lo hacía un
mínimo de 2 veces cada día, era como si el agua la purificara, la
bautizara, la aliviara, eran duchas con sabor a mentira, pero a Emma
le encantaba ese sabor. Cada vez que se secaba su cuerpo limpio con
la toalla, sentía que también secaba todas las lágrimas que había
derramado en los últimos años.
Fuera,
el abuelo Juan, arropaba a su nieto y le daba todo el cariño y los
consejos que solo los abuelos saben dar.
En
la ducha, Emma lloraba de nuevo, mezclando sus lágrimas con las
gotas de agua que le caían por el pelo, no había diferencia, todos
se iría por el desagüe.
"Por
favor, que nadie cierre la puerta".
Minutos
después, Juan estaba en la cocina fregando los platos de la cena,
los de Carlitos y él, porque Emma solía cenar muy ligero, un
sandwich que comía de pie después de su ducha nocturna, para luego
ir rápido al sofá a fumarse un cigarro, ver un poco de tele y
dormir hasta el día siguiente. A Juan le gustaba ponerse el mandil
que su difunta esposa le había regalado a Emma por su treinta y
cuatro cumpleaños y que Emma nunca se había puesto. Así sentía
que su difunta esposa Ana, de vez en cuando agarraba suavemente su
manos y le ayudaba a fregar con más rapidez. La soledad también le
pesaba a Juan como una gran capa de hormigón en su odiada vejez. Ana
había fallecido hacía 6 años. Luego llegó el duro golpe de la
muerte de su hijo David y todo el dolor que había arrastrado aquella
enfermedad, la pobre Emma que no era capaz de levantar cabeza, no
podía, su cuerpo ya no podía soportarlo y aquel diablo de niño,
Carlitos, que era la niña de sus ojos y su pasión desde el primer
día en que David le llevó a conocer al abuelo Juan. No lo dudó,
los tres estaban rotos, así que lo mejor era estar todos juntos para
intentar no mirar atrás cada vez que amanecía. El niño le
necesitaba, la casa necesitaba desesperadamente un ingreso de dinero
extra, que su pensión cubría con holgura, y Emma necesitaba una
figura masculina en esa casa para apoyarse. Desde el primer día en
que Juan se mudó al hogar de Emma y Carlitos, Juan se sintió útil,
sintió que las arrugas no le impedían reproducir una vida pasada y
regocijarse con las nuevas oportunidades que el futuro presentaba.
Cuando
salió de la cocina, se cruzó en el pasillo con una Emma recién
salida de la ducha, quien aún estaba húmeda y únicamente vestía
un albornoz corto de color malva y una toalla enroscada en su pelo
con mucha gracia.
-¿te
vas ya a la cama Emma?- preguntó Juan
No
hubo respuesta, solo silencio, el silencio que Emma arrastraba y que
pesaba como hormigón en sus pies.
Emma
se perdía por el largo pasillo y Juan la miraba caminar, esa mujer
sabía pisar fuerte, hacía daño con cada paso que daba y Juan ya no
quería aguantar mas dolor. Juan estaba quieto en mitad del pasillo,
observando a su nuera, sintiendo que Ana nunca tuvo esa gracia al
caminar. Juan solo sentía que su polla le desgarraba, el deseo era
un cuchillo afilado en su blanda carne y cada noche Juan se dejaba
eviscerar por él.
Emma
intentaba no mirarse en el espejo de su habitación para ponerse la
ropa interior, odiaba verse el cuerpo, no lo podía soportar. El
espejo que mostraba un cuerpo muerto, solo era capaz de reflejar toda
su amargura, su cobardía, su miedo, el espejo le devolvía su propio
reflejo y eso la enloquecía. Emma se acostó con el pelo húmedo, no
se molestó en ponerse ni un pijama, tan solo una camiseta vieja y
corta que él odiaba y las bragas que hacían más soportable aquella
incertidumbre de pensar si esa noche también moriría a manos del
destino.
Tres
minutos y el mundo cambia, tres minutos y el cielo y el infierno
dejan paso a la vergüenza y la violencia, tres minutos y todo
revienta en mil pedazos...
La
puerta de Emma se abría con delicadeza. Dentro de la habitación, la
culpa y el miedo se abrazaron como nunca lo habían hecho. La hora
llegaba desangrando la espera como la lanza en el costado de Cristo,
y Juan, con el corazón arrancado y pisoteado por sus zapatillas de
estar por casa de cuadros azules y grises, se acercó a la cama de
Emma. La mujer intentaba no respirar, como si eso fuera suficiente
para sacar a aquella bestia arrugada de allí, como si algo de lo que
ella pudiera hacer tuviera valor...El aroma dulzón del miedo era tan
embriagador, que el viejo notó una creciente erección, de la que se
enorgullecía, porque sabía que era un cabrón de 71 años que se
seguía empalmando cuando veía un culo rico, lo hacía cada puta
noche.
Juan
retiró con fuerza la sábana de la cama, no necesitaba cortejos,
Juan, rápidamente arrancó las bragas de su nuera, esta cerraba las
piernas con fuerza, como si eso pudiera frenarle, como si eso le
hiciera cambiar de idea, como si algo de lo que ella pudiera hacer
tuviera valor... Juan no necesitó mucho esfuerzo para abrírselas de
par en par, era viejo pero conservaba una fuerza increíble, era el
jodido demonio para Emma, era Dios para Carlitos, Juan lo era todo,
Juan no era nada, pero separaba la piernas de Emma y se deleitaba con
la vista de la feminidad de su nuera, le encantaba mirar aquel coño
que sabía a él. Pronto introdujo un dedo en él, Juan mandaba, Emma
solo intentaba mirar hacia otra parte, pensar en otra cosa, intentar
que el miedo se fuera, "que se vaya, que se vaya , que se vaya",
pero el miedo la ataba con las mil cadenas de la inmovilidad, Juan
sacaba el dedo de su interior, sonreía y se lo chupaba como si fuera
el mas delicioso manjar. Luego agarraba a su nuera por la cintura y
de un solo movimiento la giró dejándola a cuatro patas.
-Esto
es lo que te gusta,¿ eh, perra? Esto es lo que llevas deseando hacer
todo el día, ¿verdad?
-
Déjame en paz viejo, ¿cuando vas a dejarme en paz?
Juan
solo sonrió y con el mismo dedo que había estado humedeciendo con
su saliva, penetró el ano de la pelirroja, quería abrir camino, le
gustaba sentirla por detrás, y ella sentía que no se la podía
humillar más, e intentaba moverse para ponérselo difícil, como si
eso le fuera a parar, como si eso no le excitara aún mas, como si
algo de lo que ella pudiera hacer tuviera valor... Juan sacó su pene
erecto, escupió su mano arrugada y se lubricó con su propia saliva,
luego de un solo empellón, penetró a Emma hasta el fondo, Emma
volvía a sentir que aquella noche Juan la mataba. Las embestidas
eran feroces, aquello la dolía tanto, que siempre terminaba empapada
en sudor y terror, Juan manoseaba todo el cuerpo de Emma,
deteniéndose especialmente en sus tetas, de las que le hubiera
gustado mamar para renacer en un mundo diferente. Y con las manos en
aquellos deliciosos pechos, Juan dejaba caer un hilo de saliva encima
de la nuca de su perra y seguían los envites.
Emma
miraba al vacío y lo decía todo con la mirada y quiso ser una leona
para arrancarle la cabeza a ese jodido viejo, pero no podía moverse,
solo sabía suplicar con esa mirada que el tiempo se detuviera y que
la diera fuerzas para poder apartarse de ese cuerpo nauseabundo.
-"Maaaaaaaaaaamaaaaaaaaaaaaaaaaaaaá!!!!",
se oyó un grito ensordecedor desde la habitación de Carlos
-"ayúdame, te lo suplico"- seguía gritando.
-
Cálmale desde aquí zorra, que no te note nada en la voz o te
arranco la garganta- le dijo Juan a Emma al oído
-
¿Qué te pasa cariño? Duérmete por favor… es muy tarde- gritó
Emma intentando no sonar vacía
-
¡Mamá por favor, ven!- volvió a decir el niño.
-
Vete ya, ha debido tener una pesadilla- le dijo Juan retirando su
arma del culo de la mujer
Emma
se levantó, era como un cuerpo inerte, sudoroso, sin gracia, y se
dirigió a la habitación de su hijo. Era incomprensible para ella
cómo un ser tan perverso, tan diabólico, podía preocuparse tanto
por Carlitos, cómo era capaz de quererle tanto y destrozarla a ella
casi cada noche, cómo ese viejo era capaz de ser el abuelo mas
tierno y a la vez el ser mas depravado y brutal de la tierra, cómo,
cómo, cómo, cómo, cómo, cómo...Ella solo podía sentir pánico,
y el miedo es libre y anda suelto hasta que un día comienza una
charla inocente contigo y termina convirtiéndose en tu dueño.
-Ya
ha pasado todo cielo, solo ha sido una pesadilla. Mamá está aquí.
Ahora duérmete Carlos, por favor, es muy tarde y mamá está muy
cansada.- le dijo Emma a su hijo sin darse cuenta de que solo llevaba
una camiseta puesta y que su sexo dibujaba figuras diabólicas en la
habitación del niño, sin darse cuenta de que se había sentado en
la cama de su hijo y sin darse cuenta se había limpiado con aquellas
sábanas.
Cerró
la puerta de la habitación de Carlos, estaba bloqueada, Juan
esperándola, a pocos pasos de ella. Tendría que haber hecho algo,
tendría que haberlo hecho, pero no lo hizo. Juan la agarró del
brazo, la llevó de nuevo a la habitación, y la empujó contra la
cama, y casi antes de que la aterrorizada Emma cayera en ella, ya se
había sacado de nuevo su arma fálica y se la había metido con
fuerza dentro. A Emma le dolieron las entrañas, le dolió la vagina,
le dolió el alma, le dolió la vida, y aquel repugnante viejo
metiendo y sacando esa polla rancia... y ella la sentía como un
cuchillo, cortándolo todo, era terrible, la vida era despiadada, se
mareaba, aquello era muerte y de repente a través de la cara de
Juan, entre toda aquella repulsión, vio el rostro de Gabriel y el de
David, todos querían poseerla, y los gemidos ahogados de aquel
monstruo en su oído...insoportable. Emma comenzó a golpear al
viejo, reaccionó e intentó quitárselo de encima, intentó agarrar
el pene de Juan, sacárselo como pudiera de dentro, arrancarlo, hacer
lo que fuera para que aquel baile enfermo parara, pero no paraba,
dios, no paraba, dios ¿existes para alguien?. Tres minutos y Juan se
corrió como si fuera un manantial "dios" - exclamó el
viejo. Eyaculó con potencia, lo hizo dentro de Emma, la llenó
entera y Emma creyó enloquecer, sacó fuerzas de donde ya no las
tenía y pudo zafarse del viejo, que disfrutaba su pequeña muerte
con insolencia. Emma Pudo soltar un brazo, el otro seguía
inmovilizado por el abuelo Juan, y agarró lo primero que encontró
en la mesita, un reloj despertador negro con los números en rojo, y
le propinó un golpe en la cabeza a Juan que le desestabilizó,
momento en que ella aprovechó para coger el cuchillo que desde la
primera vez que Juan la visitó de noche, ella guardaba en el cajón
de la mesita. De repente era vida o muerte, todo se había reducido
a una sola decisión. Todo ocurrió en segundos, el cazador cazado,
la perra herida atacando, el mundo en sus manos, la vida en el filo
de un cuchillo. Emma se precipitó hacia Juan regalándose una
crueldad que su cuerpo nunca había conocido. Primera puñalada en el
corazón, certera, definitiva. Juan sorprendido, intentando
respirar, agarrándose el corazón que antes había pisoteado... Emma
siguió clavando la navaja una y otra vez, esta vez en la tripa,
desgarrando todos los intestinos, la sangre la salpicaba, y ella se,
mostraba feliz, quería bañarse entera en aquel viejo, dejarle seco,
y seguía insaciable con el arma que mas hería, el asco. Se podían
ver restos de estómago, restos de intestino, y Emma seguía
apuñalando aquel estómago al tiempo que la resbalaba el semen del
demonio por las piernas. Emma destrozaba las tripas de Juan y le
escupía en su boca muerta, y se tumbó encima de él y se impregnó
hasta los huesos con la sangre de su miedo, con la sangre de la
vergüenza, con la sangre del abuelo. El dolor y la oscuridad.
Emma
estaba exhausta, pero aún pudo pensar con rapidez, rodeó su mano
con casi una sábana entera y de un puñetazo rompió el cristal de
la ventana. Necesitaba alguna coartada o no sabría cómo explicar
aquello, y lo último que quería en esta vida era imaginar a
Carlitos sin las dos personas que más le querían en el mundo, ahora
que ya había perdido a una. En aquel barrio era frecuente que
ladronzuelos sin demasiados escrúpulos entraran por las ventanas de
las casa para robar lo poco que había en ellas.
Un
golpe y el cristal roto se llevó el silencio.
Tres
minutos, tres minutos que separaban la cordura de la locura, tres
minutos que separaban a Emma del infierno.
Necesitaba
quitarse toda esa sangre del cuerpo, ahora la quemaba como si fuera
ácido, así que se dirigía hacia la ducha ,solo pensaba en eso,
cuando en el pasillo, Carlos abrió la puerta de su habitación y la
vio. Ella se espantó al ver al cara de susto de su hijo e intentó
ocultar su desnudez como pudo con sus manos
-No
mires Carlos, mamá no está vestida.
6
de Noviembre. 23:58. Hogar de Emma y Carlos.
La
muerte arrastraba lenta pero incansablemente, sus pies sobre la
hierba del jardín de la casa. También el deseo. Aquellos zapatos
negros, hasta hace bien poco, lustrosos, impolutos, se mostraban
ahora mancillados de sucia tierra mientras proseguían con su
inexorable marcha hacía las viejas costumbres, hacia los recuerdos
rotos de una vida que antaño fue suya y que ahora, tan solo era el
reflejo en un músculo podrido. La carne atrae a la carne. La carne
devora la carne. La carne alimenta a la carne. La carne adora a la
carne. La carne necesita a la carne. Subió de forma lenta, pero
segura, las escaleras del porche y se arrastró sobre el viejo suelo
de madera que la familia hacía largo tiempo que tenía pendiente
reformar, al igual que otros muchos elementos de la casa, que por
culpa de la precaria economía, habían quedado aparcadas de forma
temporal. No se detuvo en ningún momento, no hizo ninguna pausa en
el camino, la luna llena fue testigo de ello. La casualidad o quizás
el destino, ¿quién tiene la capacidad para discernir entre una cosa
y otra?, hizo que la muerte viva se detuviese justo delante de la
ventana que aquella misma tarde, se había puesto nueva. Dos manos,
viejas, decrépitas, se apoyaron sobre el cristal, intentando sentir
el calor del interior, el calor de los vivos. Luego las acompañó un
rostro, este, también se arrimó al cristal empañado y se restregó
a él, sacando su lengua y amándolo con ella mientras de su boca
emanaba un errático gruñido.
Cuan
difícil es dejar atrás la muerte de nuestros seres queridos.
Quitarnos de la piel el olor de su ausencia.
Carlitos
dormía plácidamente en su habitación. El dolor puede llegar a ser
agotador y el crío, había sufrido mucho aquellos últimos días. Ya
no había lugar en su cabeza para monstruos, demonios y criaturas de
pesadilla, pues es aquí, en la realidad, donde habitan los más
terribles temores del ser humano. Demasiado dura para tan tierna vida
la perdida de alguien tan querido. Un faro que se apaga en medio del
oscuro mar.
Duerme
pequeño, ya tendrás tiempo de seguir sufriendo al despertar.
Siempre hay tiempo para sufrir.
De
repente, un estruendo despertó a Carlos. El sonido le era familiar,
cristales rotos otra vez. Saltó de la cama no sin antes dedicarle
una mirada al armario. Pacino seguía ahí. Todo estaba en su sitio…
los niños perdonan, pero no olvidan. Corrió hacia la puerta y tiró
del pomo con fuerza, abriéndose paso hacia el origen del ruido,
conocía el camino, lo había recorrido antes. Salió de la
habitación y giró hacia la izquierda pasillo abajo. No corría, el
miedo le aconsejó lo contrario y él, no supo decirle no. Así que
se acercó despacio, la inocencia perdida se arrastraba lenta pero
incansable, sus pies desnudos sobre la suave moqueta de la casa.
También la curiosidad de un niño. Aquellos pequeños pies, hasta
hace poco limpios, dormidos, se mostraban ahora impregnados de sucio
miedo mientras proseguían con su inexorable marcha hacia el fin de
la niñez, hacia el borde del abismo desde el cual contemplar, a la
última estrella caer.
Carlos
comprobó al llegar a su destino, cómo la ventana por la que hace
dos noches entró el asesino de su abuelo, volvía a estar rota de
nuevo. Cristales rotos y un rastro de tierra húmeda que moría en la
puerta de la habitación de su madre, la cual tenía la puerta
entreabierta. Se acercó a ella y la empujo suavemente con mano
temblorosa. Sus ojos no dieron crédito a semejante estampa. El
mundo, la vida, terminó ahí para el pequeño Carlos, la visión de
su difunto abuelo sobre su madre, en la cama, gruñendo, salivando
sobre el descolocado rostro de esta a través de aquellos labios
hasta hace poco cosidos y ahora desgarrados al haber roto el hilo que
los mantenía unidos, mientras esta no dejaba de gritar, pero
también de gemir mientras miraba a los ojos de su hijo, con las
piernas tan abiertas como le permitía su fisionomía para que el
cadáver andante de Juan pudiera reclamar lo que era suyo.
La
carne necesita a la carne.
Y
el tiempo se detuvo, y todo se paró.
Carlos
sintió de nuevo el hedor de la muerte. El armario ya no se movía,
ya no se notaba la niebla en el ambiente, pero el mal estaba tan
presente, era tan real, que el pequeño cuerpecito del niño no podía
dejar de moverse convulsamente. Y en medio del terror, el abuelo Juan
dentro de su madre, como el martillo del silencio que volvía dando
golpes, empujando cada vez con mas fuerza.
Carlitos
supo en ese momento que el diablo era tramposo y que siempre consigue
lo que quiere, y ese jodido ser quería a su madre y de una manera u
otra la tenía que hacer suya, aunque en realidad llevaba haciéndolo
mucho tiempo.
Las
pesadillas suceden con detalle, te hacen sentir el miedo lentamente,
te hacen saborearlo, son despiadadas, se alimentan del temor ante lo
primario y lo disfrazan de terror individual y así crees que es un
terror propio, pero en realidad son miedos básicos. La diferencia
con la realidad es que ese terror sí que solo te pertenece a ti, es
solo para ti, solo para ti, solo para ti...
Emma
se topó con la realidad en un instante, supo que no era una
pesadilla, ese viejo asqueroso era parte de ella, y como tal, no
había otro camino que el encuentro, aunque fuera después de muerto.
La
ventana rota otra vez, Juan volviendo de donde quiera que ella le
hubiera enviado y ese olor que la llevaba a la nausea...No hubo
tiempo para gritar, antes de darse cuenta ya la había abierto con
violencia sus piernas y estaba metiendo entre ellas un trozo de carne
muerta, que mataba a su vez todo lo que ella tenía en su interior.
Juan nunca la podría dejar renacer, Emma nunca podría salir de la
oscuridad. La oscuridad y la eternidad.
A
Emma le dolía todo su cuerpo, el frío estaba dentro de ella y
sentía que tenía ya congelada el alma y que Juan se apoderaba de
aquel alma que algún día fue, rompiéndolo en mil pedazos a
pedradas, para él el pedazo mas grande, y ella lo sentía
absolutamente todo...el dolor era infinito, la desolación aún mas.
Emma
no era capaz de reaccionar, aquello superaba cualquier otra
monstruosidad vivida a manos de aquella bestia vieja y muerta, y
podéis creerme que habían sido demasiadas para ser contadas, pero
mayor fue incluso el dolor y la vergüenza cuando Emma vio a su
hijito en la puerta con la mirada fija en la macabra escena. Intentó
gritarle que se fuera, pero no le salía la voz, estaba muda y solo
pensaba "mi niño por favor cierra los ojos, no veas esto, dios
mi niño, dios Carlitos, dios ayúdame, dios, Juan te ha matado".
De
pronto, aquello que una vez fue el abuelo Juan, miró hacia atrás y
vio al pequeño Carlos, y la boca se le desgarró y volvieron
aquellos dientes afilados que lo ocupaban todo, mostrando su
crueldad, su deseo, su brutalidad y con unos dedos exageradamente
huesudos y una largas uñas amarillentas, aquello señaló a
Carlitos, y el niño aprendió que no se puede escapar de nuestros
demonios y se orinó encima en ese mismo momento.
Juan
era el mismo demonio, siempre lo fue. Juan tenía el control, siempre
lo tuvo. Juan mataba a Emma, siempre la mataba, la mataba cada noche.
Carlos
empezó a gritar descontroladamente, estaba fuera de sí "¡Apártate
de mamá! ¡Ya te dí lo que buscabas! ¡Ese no era el trato!" y
el demonio en su superioridad infinita, seguía con la mirada en
Carlos mientras embestía a su madre con fuerza, con tanta fuerza,
que finos hilos de sangre corrían por sus muslos y el mal lamía la
cara de mami con la rugosa y larga lengua que también le mostraba
insolente a Carlos.
Tres
segundos lo deciden todo y a veces un niño es capaz de soportar una
carga imposible para un adulto. Tres segundos y Carlos había cogido
el cristal roto mas grande, lo había apretado con fuerza, se había
cortado profundamente y con las manos totalmente ensangrentadas, tres
segundos le bastaron para saltar encima de la cama de los lamentos y
atravesar la espalda del diablo-Juan, incrustando el largo cristal
una y otra vez en esa carne que una vez adoró, y con los ojos
cerrados, Carlos no sentía, y sin sentir era capaz de sacar toda la
atrocidad de dentro, toda la rabia, todo el dolor, toda la decepción
y matar a la persona que mas quería "adiós abuelito".
Cuando
Carlos abrió sus ojos llenos de lágrimas, comprobó por segunda vez
que el diablo siempre consigue lo que quiere y vio el pecho desnudo
de su madre con mas de diez cortes profundos de los que manaban
chorros de sangre y con el cristal aún incrustado y escupiendo
sangre cada vez que intentaba hablar, Emma ni siquiera pudo
despedirse de su hijo, solo una lágrima de Carlos en su boca fue lo
que necesitó para beber y sentirse saciada de muerte. En tres
segundos solo existía el vacío.
El
abuelo Juan ya no estaba, porque el abuelo Juan había muerto el día
anterior y el diablo no existía, y los niños no matan a sus madres
y las madres no mueren sin darle un beso a sus hijos y la vida
continúa y Carlos no volvió a pronunciar una palabra nunca.
Y
el silencio lo llenó todo, y en la ausencia está la verdad.
ALICIA
MISSTERROR Y NANDO EL RECTOR
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