martes, 8 de noviembre de 2011

IRA. Anexo: Una Lágrima de Sally

Habían terminado de caer las últimas gotas de lluvia de aquella inesperada tormenta de verano cuando el coche de Sally, con James al volante, se adentraba en el cementerio. Apenas 30 minutos mas tarde, el vaquero, sentado sobre una vieja lápida, observaba el agujero que había cavado en la tierra con sus propias manos, con las uñas llenas de tierra y el olor a hierva mojada impregnado en su piel. Al lado del agujero, el cuerpo de la pequeña y frágil Sally, destrozado. James la miraba desde el otro lado del espejo, haciéndose preguntas que no tenían respuesta, preguntándose como diablos se había llegado a aquella situación, por que Max, su socio, su amigo, le había arrebatado la única cosa valiosa con la que se había topado desde que puso los pies en aquel asqueroso pueblucho de mala muerte. -Sally, la dulce Sally, ¿realmente eras la muñequita inocente que querías aparentar?¿Que yo quería ver? No, supongo que no, supongo que intentaste jugársela al bueno de Max, un tipo difícil si, pero mi amigo y se que jamás me la habría jugado sin un buen motivo, sin una buena razón. Se, que si te hizo esto, es por que lo merecías, es lo que creo o por lo menos, es lo que quiero creer, lo que necesito creer- pensaba el vaquero, aun bajo los efectos del alcohol mientras levantaba la mirada hacia el firmamento, hacia las estrellas, como siempre, buscando una mirada de complicidad, una respuesta. Fría era la piedra de la lápida, tan fría… y allí estaban ellas, cuchicheando desde su mirador de privilegio, juzgándole. –es culpa mía, todo es culpa mía. Si hubiese llegado antes, si no hubiese dejado mi destino en manos del azar emborrachándome en la eternidad, ella aun seguiría viva y con ella, mis sueños, mis anhelos, mis esperanzas. Perdóname Sally, yo te maté.- James se levantó de la lápida y se acercó hasta el cuerpo de la bailarina tullida, fría, sucia, muda. Se agachó y puso su mano sobre la helada mejilla, intentando transmitirle su calor, intentando pedirle perdón, a su manera, pues era orgulloso. Ella, no podía sentirlo, no podía verlo, pero de haberlo hecho, los ojos llorosos del vaquero, habrían sido suficiente consuelo, al menos, esa es la esperanza que el tuvo. Su mano no se detuvo ahí, bajó mas, mas abajo, acariciando su pecho medio calcinado, pútrido y áspero pero tan sensual como la primera vez que lo tocó, la primera vez que sintió que aquella carne, que aquella alma, tenía que ser solo para él, que jamás la compartiría. Pero había algo, algo que permanecía intacto de aquella primera vez, un colgante. Una fina cadena de plata con una lágrima de cristal. James la acarició, la puso sobre su mano durante unos pocos segundos y apretó, luego tiró con fuerza, un tirón seco y se quedó con él, acercándoselo a la cara, restregándoselo por el rostro, intentando empaparse de su recuerdo. Luego se lo puso y juró que jamás se lo quitaría.

Aquellos ojos llorosos cogieron los restos de la chica y de su corona y los tiraron al agujero, cayendo de tal forma que su cara quedó mirando hacia arriba, mirando hacia las estrellas con su único ojo, precioso ojito, quien sabe si buscando también una mirada de complicidad, una respuesta. Las estrellas pero, ariscas como de costumbre, tampoco le dieron aquella satisfacción, ni siquiera a ella, que estaba a punto de emprender tan largo viaje hacia el olvido. James cogió la pala, recogió un puñado de arena y lo lanzó sobre los restos de su amor platónico y como se suele decir, la primera vez es la que mas duele. Una tras otra, cenizas a las cenizas, polvo al polvo. Descansa en paz.

Dejó caer la pala, derrotado, extasiado. Hincó las rodillas en el suelo y dejando libre toda la rabia, todo el dolor que tenía dentro en forma de lágrimas que ahora si, brotaron libres, sin ataduras, sin cadenas, ahora ella ya no estaba, ya no había nadie allí, ya no tenía que esconderse. Las lagrimas de james se filtraron en la húmeda tierra mientras él, arrodillado sobre el barro, se maldecía una y otra vez, envidiando incluso a los malditos gusanos que se comerían el cuerpo de su Sally. – No llores James- interrumpió una dulce y serena voz al canto de los grillos, ajenos a toda aquella desgracia, a todo aquel dolor. James alzó la cabeza y la vio, allí estaba ella, la bailarina sobre el escenario de nuevo, con su corona, tan hermosa, tan luminosa, tan viva. Sus ojos no daban crédito, aquello no podía estar pasando, no podía ser real, pero ella, seguía avanzando hacia él con sus pies descalzos sobre la tierra que instantes antes la había sepultado. El vaquero se retiró hacia atrás de forma brusca, cayendo de espaldas contra el suelo y retrocediendo con los brazos, arrastrándose sobre el fango como el animal que era y ella, seguía acercándose, acercándose, acercándose tanto que todos los muertos que allí yacían enterrados, fueron incomodados de tal manera que se retorcieron en sus tumbas y ella no se detuvo, no se habría detenido ante nada ni ante nadie hasta llegar a acariciar el arrepentimiento de aquel pobre diablo. – No fue culpa tuya- repitió de nuevo mientras dibujaba una tímida sonrisa y acariciaba la sucia cara de aquel diablo pobre. –Perdóname Sally, yo nunca quise hacerte daño, no quise…tan solo quise apagar las luces y observar tu alma, necesitarla, arrancarte la piel, resguardarme dentro de ti, recomponerme, resucitarme, contemplarte desde la pasión mas enfermiza en busca de un equilibrio que jamás tuve, abrazar tu indolencia, calmarla, curarla, adorarte. Tan solo quise, que me ayudases a llegar a casa. Tan solo.

-Lo se James, no te preocupes, lo se. Siempre lo supe. Max me violó en aquel sucio motel, tu me amaste. Quiero pedirte un último favor, un último deseo, prométemelo- te lo prometo, lo que sea- contestó. –Dile a Alice que la quiero y dile, que he oído hablar a la muerte, le ha oído suplicar su nombre, decir cuanto la desea, cuanto la necesita y que hará lo que sea necesario para tenerla a su lado, dile…. Dile que no baile con la muerte, por que el amor a acabado conmigo y el amor, acabará con ella. Díselo James.

-¿Quién es Alice?- preguntó desconcertado. Pero el escenario ya estaba desierto y las luces apagadas. Se había marchado. James, se llevó la mano al pecho y sujetó con fuerza la lágrima de cristal, la lágrima de Sally.



Nando El Rector


Licencia de Creative Commons
IRA. Anexo: Una Lágrima de Sally by Nando El Rector is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.
Permissions beyond the scope of this license may be available at http://unaeternidad-tresminutos.blogspot.com/.

1 comentario: