domingo, 15 de abril de 2012

IRA. Anexo II: Déjame entrar

Lucy fregaba los cacharros en la flamante nueva cocina de La eternidad. Terry estaba fuera, recogiéndolo todo. Como cada noche. La chica, agotada, acariciaba las jarras sucias en compañía del agua tibia, pero sin prestarles demasiada atención. Había sido un día largo, una noche larga. Tan solo el sonido del agua del grifo y del contacto del cristal de los vasos, molestaba al silencio. Ella, cansada, ausente, se dejaba llevar por aquellas manos estropeadas de tanto fregar. Pero algo rompió la habitual monotonía de aquellas altas horas de la madrugada, un ruido. Alguien intentaba abrir la puerta de atrás. Lucy, se percató, dejó lo que tenía entre manos en la pica del fregadero y cerró el grifo. Tras coger un trapo sucio y secarse las arrugadas líneas de la vida, se acercó, llena de curiosidad hasta la puerta. Desde el exterior, alguien seguía jugando con el pomo, alguien intentaba entrar en la cocina. -¿Quién anda ahí?- preguntó la chica con tono tímido. Insegura. No hubo respuesta. Ella prefirió que no la hubiese, pues no era Sunshine, en presencia de la luna, el lugar más seguro del mundo para una jovencita. Tiró el trapo sobre los fogones y anduvo el pequeño pasillo que separaba la cocina del salón, asomando la cabeza por la puerta para ver a Terry, hablando por teléfono, distendida mientras fumaba un cigarrillo. No quiso molestarla, ella no podía disfrutar muy habitualmente de momentos como aquel, distendidos, quiero decir. Por lo que regresó a su puesto con la esperanza de que el silencio se hubiese sentado a su lado de nuevo para hacerle compañía. Pasos tímidos fueron los que la llevaron de nuevo por aquel pasillo que conectaba lo conocido con lo desconocido. Lo que sabemos, con lo que tememos. Volvió a encender el grifo. Volvió a recoger el vaso con carmín en el borde y volvió a acariciarlo como solo ella sabía hacerlo… duró poco. Muy poco. El pomo de la puerta tomó vida de nuevo y se agitó con fuerza una vez más. Asustando a la pobre muchacha y aun más a sus húmedos dedos, quienes dejaron caer el vaso contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos que se colaron por debajo del fregadero. -¡Mierda!- exclamó la muchacha al tiempo que corrió hacia la puerta para volver a preguntar: -¿Quién anda ahí? Lárgate, tengo un cuchillo y no dudaré en utilizarlo hijo de puta!!- mintió.

-¡!Ssssshhhhhhh!!!, soy yo, Robert- susurró una voz.
- ¿Robert? ¿Eres tu? ¡maldito cabronazo! ¿Qué coño estás haciendo aquí?- preguntó, ya con un tono mucho más relajado.
- He venido a ver a mi chica favorita- le contesto Robert. Menudo pieza el tal Robert, siempre al acecho de la chica guapa de turno, siempre atento a toda la carne que aquel pueblucho de mala muerte ponía a su disposición. Se podría decir que Robert y Lucy eran algo así como novios, o por lo menos lo habían sido hasta hace cosa de un par de noches, cuando la joven empleada de la Eternidad le había pillado pegándose el lote con Cintya, una zorra bastante pirada que solía pasarse por allí de vez en cuando en busca de algo ardientemente frío que aliviase aquel infierno que tenía entre las piernas.

- ¡Largate Rob! No quiero hablar contigo, lárgate con esa guarra de la otra noche, nosotros, hemos terminado…

- Venga mujer, no seas así. Esa tía no significó nada. Ya sabes que yo solo tengo ojos para ti. Bebimos más de la cuenta, una cosa llevó a la otra… ábreme la puerta y déjame que te gane para siempre, una vez más.-

Lucy dudó unos segundos. Pero su sonrisa delató sus intenciones al tiempo que derretía la fina capa de hielo con la que había intentado proteger su corazón de aquel rufián que la cubría de rosas desde el otro lado de la puerta. Se sacó la llave del bolsillo del delantal y abrió. La puerta, su corazón y quien sabe si sus piernas.

Un Robert sonriente, exultante, se abalanzó sobre ella, abrazándola con fuerza mientras le apretaba el culo con sus engrasadas manos, pues el tipo trabajaba en el taller que había a pocos minutos de allí. La reconciliación se hizo sin palabras, aunque las lenguas tuvieron mucho que decir. La chica, sofocada, sonrojada, quiso autoconvencerse un poquito más de la autenticidad de aquellas rosas y nadó hasta la orilla de aquel lago de saliva en el que nadaba junto a su enamorado. Este la siguió, por supuesto. ¿Qué iba a hacer si no? a las mujeres hay que ganárselas constantemente, pues el cariño, a menudo, viene con corta fecha de caducidad. Ella, tumbada en la orilla. Húmeda, por fuera y por dentro, le preguntó una vez más:

-¿Entonces, me prometes que solo fue una tontería?¿Que no sientes nada por aquella tía? No juegues conmigo, que ya sabes que soy muy ingenua e inocente. Se sincero.

-Claro que te lo prometo, sino, no estaría aquí ahora, contigo, a tu lado.- Para cogerla por la cintura y volver a sumergirse con ella en aquel improvisado oasis de saliva y rosas.

- Vamos fuera- Le dijo Lucy. – Que aquí puede vernos Terry y ya sabes que no le gusta nada que vengas a verme cuando estoy trabajando- Por supuesto, el chico no puso objeción alguna y los dos salieron cogidos de la mano para refugiarse en la parte de atrás de La Eternidad.

Apenas Robert, le había bajado las bragas hasta las rodillas y se disponía a dejar libre su erección, aquella hambrienta vagina disfrazada de mujer, pudo distinguir con aquella mirada ciega, entre la oscuridad, una silueta. Inmóvil, justo enfrente de los apasionados amantes. Quiso decírselo a su compañero, pero la misma excitación, sexual primero, de terror después, al comprobar como el brillo de una afilada hoja quebraba lo negro de la noche, se lo impidió. Robert le clavó su hombría hasta las entrañas al tiempo que la silueta arrancó su macabra marcha sobre un rebuznante corcel de muerte y miedo de ensangrentados ojos rojos mientras las rosas, se iban marchitando a su paso.

La muerte, envidiosa. Quiso lo que ellos tenían, Si él, Robert, penetró a la chica. Ella, la muerte, quiso hacer lo propio con aquel embustero pedazo de carne sediento de mujer. El afilado cuchillo del jinete usurpó su carne con más facilidad incluso de lo que lo había hecho unos segundos antes, el miembro de Robert, quien, al sentir el punzante e inesperado dolor en su espalda, se separó lo justo de Lucy para pedirle una explicación con el último suspiro de una mirada que se apagaba. Ella lo miró, pero era ciega y no pudo verle. No pudo corresponderle. Ni siquiera pudo gritar. Ni siquiera pudo concederle eso, ni siquiera…

Royce agarró el agonizante cuerpo de Robert por la cintura y lo separó con fuerza de Lucy. La hoja, ensangrentada y excitada, más incluso que su propio portador, se introdujo con violencia entre las piernas de la aterrada estatua de miedo, una y otra vez, queriéndola tanto, desgarrándola con tanta fuerza por dentro, con tanta profundidad, con tanta sinceridad, que la chica, ahora si, no pudo resistirse a regalarle lo que a su novio injustamente le había negado, un último y extenuante orgasmo en forma de grito que transportó al jinete ante las mismísimas puertas del cielo, arrogante como nunca, satisfecho como pocas veces.

La flor de Lucy estaba tan marchita cuando Royce retiró el cuchillo, que ni siquiera la luna fue capaz de aguantar semejante visión y tuvo que apartar la mirada.

El jinete, ya regresado a la tierra, miró hacia ella y se preguntó, mientras limpiaba los restos de Lucy de su inseparable cuchillo, si se habría ganado su respeto… por que una eternidad a tu lado, son poco más que tres minutos.

NANDO EL RECTOR


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4 comentarios:

  1. Sin duda Lucy se merecía su momento.

    Socio, este anexo es muy grande, muy muy grande. Volver a ver al jinete en acción es maravilloso (maldita serpiente!!!), auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu, esto es para sonreir como una zorra...;)

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  2. Dicen que la desconfianza y los celos es la muerte de la pareja. en este caso, es literal.

    Missterror, ten mucho cuidadito la próxima vez que... fregues los platos. Ya sabes que algunos corceles son muy, pero que muy silenciosos.

    Saludos.

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  3. Que nivelazo Rector!pedazo de anexo de IRA.

    Tienes el curioso don de convertir un momento brutal, desgarrador, sangriento...en algo incluso hermoso. Resulta placentero volver a leer sobre el jinete...jeje!

    Un beso.

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  4. Estoy de acuerdo se le hechaba en menos al jinete. Ya era hora!!!

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